10 de julio de 2009

Por la mañana



2

Gerard

_

"El hombre es lobo para el hombre" Sabías palabras la que me inducen a pensar que es la sociedad la que nos obliga a actuar mal, la que nos incita a la venganza, a lo impío, lo diabólico, aquello que toda persona considerada "buena" debería evitar para mantener su reputación, aquel factor que era el incitador principal de la nobleza de mi tiempo, haciendo que esas personas de mayor estatus social se vieran obligadas a actuar con ira, rencor y dolor, pues al fin y al cabo todo es culpa nuestra, el efecto mariposa, que el aleteo de un diminuto insecto podía crear un tornado en la otra punta del mundo, es la sociedad, la que es mala con los hombres y los hace sucios de corazón.

Estaba turbado, y terribles pesadillas poblaban mi sueño sin aparente despertar. Todas mis fechorías no hacían más que repetirse una y otra vez, haciéndome sentir que aquel letargo de eternas tinieblas en el que me había sumido no tenía fin.

Todo era siempre igual: un líquido rojo intenso, vísceras, destellos de plata, y algún que otro monstruo suelto en los caminos que circundaban las ciudades. Siempre lo mismo, hasta que en una de esas constantes, seguidas, y al parecer ordenadas pesadillas, apareció algo inusual teniendo en cuenta todo lo que había visto, era algo excepcional, que hizo que me estremeciera en mi descanso, algo que podría haberme hecho perder la cabeza si lo viviese en realidad y si no estuviera sumido en aquel largo, largo sueño, pues por desgracia estaba completamente seguro de que aquello no era real, que lo estaba soñando todo y que en mi vida sólo existía la desgracia de la muerte, que era ella la que con su larga capa negra y su hoz dominaba mi vida, guiándome por oscuras sendas y obligándome a malvivir.

Pero aquello era completamente nuevo para mí, una mujer había aparecido en mi vida, y sólo había tenido en mis manos escasos cinco minutos para admirar su belleza... Su cabellera morena, su rostro de color aceitunado, sus ojos que me miraban a través de unas sensuales pestañas, sus labios carnosos, me podría llevar enumerando cuán perfecta era cada parte de su cuerpo durante horas, días quizá. Era lo primero que había dado sentido a mi vida, algo que, en cuanto vi, supe que era a lo que el destino me había estado guiando por la mala senda, pero entonces, como si se tratara de una burla del cielo, la ira de Dios cayó sobre mi cabeza en forma de golpe de maza, por desgracia para mí bastante doloroso.

Y ahora me encontraba allí, en aquel sitio en el que hacía demasiado calor para estar tan oscuro, o estaba demasiado oscuro para hacer tanto calor, pero que al fondo había una luz, era muy atrayente y me llamaba, me decía que debía ir con ella, pero el otro lado, el oscuro ejercía sobre mi una atracción mucho más fuerte que la luz, de él provenía un olor extraño, que me incitaba a la lujuria, un olor tan intenso que podría despertar a lo muertos, por lo que, no supe porqué razón, me encaminé hacia las tinieblas, escuchando una voz serena de tono grave que me decía al oído:

-Volverás, pero no estarás exento de carga.

Y de repente el sol de la mañana me golpeó de lleno en la cara y me pareció quedarme ciego unos instantes, por lo que me di repentinamente la vuelta en la cama para ponerme bocabajo... ¿Cama? ¿Dónde estoy? Lo último que recordaba era una persecución, el trágico final de mi montura y... Y... Y, por supuesto, la visión que me había hecho despertar. Pero ahora todo era extraño, las paredes estaban lujosamente decoradas, y me encontraba en una ornamentada cama con dosel que podría haber pertenecido a la realeza, sin duda, la casa podría haber sido mandada construir por un monarca, aunque el estilo de nuestro rey actual era bastante tétrico, con piedra oscura sino negra y raídos tapices decorados con escudos de armas de las casas nobles del reino, escasas armaduras a modo de decoración, y rarísimo era de ver algo que relacionara al nuestro con otro reino, como el de los Elfos del Este o las Hadas del Norte, únicamente, me dediqué a respirar y a mirarme las manos, debía de haber estado inconsciente mucho tiempo, de eso me percaté al palparme la cara y descubrir una barba que debiera ser incipiente.

Entonces, a través de la puerta que se situaba justo en frente mía empecé a escuchar pasos apresurados, como de alguien que subía unas escaleras e, instintivamente, tanteé debajo de la almohada en busca de una de mis dagas largas, que por supuesto no estaba, entonces me percaté de que tampoco iba vestido con mis ropas habituales, y que mi pelo estaba recogido detrás de la cabeza, práctica de la cuál no era partidario. De repente, sonó un chasquido en la puerta, y ella entró en la habitación.

Llevaba un deslumbrante vestido blanquecino que resaltaba enormemente la preciosa tonalidad de su piel y llevaba el pelo suelto, cayéndole en cascada por delante de los hombros y extendiéndose cuan largo era por su espalda. La luz matinal que entraba por los ventanales de piedra jugaba con la luminosidad en su rostro creando un juego de sombras que, junto a la perfección de sus rasgos, le confería el aspecto de una diosa en pleno apogeo, haciéndome sentir el humano más afortunado sobre la faz de la tierra. Dejé de sentir el peligro, dejé de sentirme inseguro en aquel entorno desconocido. El abierto escote del vestido la dejaba lucir un abultado pecho cuya voluminosidad concordaba con la perfección colectiva de su cuerpo, pero añadiéndole un tono de picardía capaz de encender la llama de la pasión en cualquier cuerpo en el momento de máxima tensión, sin importar el contexto y las circunstancias. Bajando por el corpiño del vestido, dejando traslucir la belleza del cuerpo que se encontraba tapado por una fina capa de tejido, cualquiera podía admirar la excelente formación de sus caderas, y tuve la suerte de que a esa hora corriera una suave brisa que entraba por las amplias ventanas, haciendo que se moviera muy levemente el vuelo de la falda del vestido, pero justo lo necesario para que pudiera admirar la firmeza y la delicadeza de sus piernas.

Y entonces, como atendiendo a mis mudos deseos, se acercó a la cama con un elegante porte y con andares de hada de los bosques del norte, esas que andan como levitando sobre las nieves. Recuerdo las historias que contaban los sabios caballeros del castillo de mi infancia, en las que los caballeros superaban incontables obstáculos para encontrar a su dama. Y yo, sin ser caballero, sin ser buena persona y sin quererlo siquiera, acababa de encontrar a mi musa, con la que había soñado desde los doce años y con la que quería pasar el resto de mi vida.

-¿Quién sois vos?

Oh… Aquel bendito sonido me cayó como agua de mayo, llenando cada parte de mi ser y dando pie a un hilo de pensamientos que me llevaban recorriendo cada curva de su cuerpo. Pero su cara de asombro me quitó de mi ensimismamiento, estaba esperando una respuesta que yo no estaba seguro de estar dispuesto a dar, por lo que me acabé yendo por la tangente:

-Alguien que perdió el norte hace algún tiempo

Al parecer, este comentario se lo tomó a broma.

-¿Y ese alguien tiene algún problema con la justicia?

Añadió un extraño énfasis en la última palabra, dejando claro su desacuerdo con el modo de justicia del rey.

-Sabéis que por cualquier chiquillada se busca a un pobre desgraciado.

Entonces me miró de forma severa, como cambiando el tono de la conversación y dejando claro que sabía cosas.

-En primer lugar, un pobre desgraciado no va armado hasta los dientes. Segundo, los abanderados del rey no van detrás de alguien por una chiquillada. Y tercero, suerte has tenido de que mi padre no esté dispuesto a dejar morir a nadie en su casa.

Torcí el gesto, los abanderados del rey eran la élite de los impartidores de justicia así que una de dos, o su padre era una persona importante y bastante influyente en el reino, o fue él mismo quién me golpeó en la cabeza.

-Vaya, no sé como daros las gracias a ti y a tu padre.

-Podrías empezar contándonoslo todo, ya que estás en nuestra casa y te hemos curado de tus heridas… Llevas tres días en cama, desvariando, teniendo pesadillas y el médico dijo que estuviste al borde de la muerte.

No sabía como reaccionar, no podía mentirle por alguna extraña razón que no llegaba a comprender, si eso era amor me quedó claro porqué decían que era para los débiles, si no era capaz de ocultar mi verdadera naturaleza, no merecía estar en compañía de ella. Por lo que se me ocurrió no mentirle, sino contarle únicamente parte de la verdad:

-Me he escapado, vivía en una fortaleza con mi familia pero la disciplina allí era muy dura y no aguantaba más en aquel maldito castillo…

Cedió un poco con mi excusa, pero su curiosidad parecía incansable:

-¿Y cómo explicas lo de las armas? ¿Por qué te perseguían los abanderados?

Llegados a este punto ya no me quedaba otro remedio que mentir:


-La verdad es que esa explicación guarda su relación, verás; las armas las saqué del castillo, ya que mi padre era un caballero venido a menos y no tuve ningún sustento económico a la hora de huir, por lo que tuve la estúpida idea de cogerlas para conseguir algo de dinero. Ahora te explico lo de los abanderados: No todo el mundo va cargado con una tonelada de hierro y plata a la espalda, y por lo que escuché por las tabernas el arsenal de un famoso duque de la zona había sido saqueado, con la mala suerte que tuve de que ese duque fuera gran amigo del rey…

Aunque no pareció estar satisfecha, una sonrisa se dibujó en su perfecto rostro y se acercó a sentarse en la cama.

-¿Puedo preguntarte qué pasó con las armas?

-Los soldados se las llevaron pensando que eran del duque, se las entregamos a cambio de tu vida, has tenido suerte de sobrevivir…

Mi mente era un hervidero en ese momento, no hacía más que sacar preguntas, todas relacionadas con mi supervivencia a partir de entonces…

-Y… ¿Qué me queda? No tengo nada, ¿cómo voy a sobrevivir?

Ella sonrió más divertidamente que antes y se acercó a recogerme un mechón del pelo que se había independizado de los demás, y mientras lo hacía, comenzó a hablar haciendo que se cumplieran mis plegarias… Si es que me quedaba algo en lo que rezar…

-Te vas a quedar con nosotros… Supongo que puedes hacer algunos trabajos para mi padre. Además, teniéndote únicamente unos días en casa se te acaba cogiendo cariño…

No sabía cómo habíamos llegado a esta situación, pues mientras ella hablaba yo todavía la contemplaba admirado, pero en ese momento ella estaba tumbada en la cama junto a mi y me estaba abrazando, lo único que faltaba era que…
Ni siquiera me había dado tiempo a pensarlo, esta chica se estaba adelantando a todo lo que pensaba, y ahora en lo único en lo que estaba ocupada mi mente era en el tacto de sus labios, que me llevaba hasta el cielo en ese instante…

-¿Me dirías tu nombre?

-Me llamo Elennah.

Comencé a reírme, y ella me miraba con cara interrogante, a lo que no tuve más remedio que contestar:

-Nunca conseguiré quitarme ese nombre de la cabeza…

Ella puso cara de enfadada y no sé si lo hizo de verdad, pero su comentario siguiente fue algo cortante…
-Pues que sepas que dentro de tres horas vas a cenar con mi padre, y vas a tener que ganar su confianza si quieres que vuelva a tu habitación y él no te degolle.

Ambos nos reímos, este momento no podía ser más perfecto, le cogí la mano derecha y me dispuse a levantarme, pero cuando iba a pasar mi brazo por sus hombros me mareé y estuve a punto de caerme al suelo.

-¡Dios! ¿Estás bien?

Pude levantarme agarrándome a un poste de la cama, pero ella insistió en cargar parte de mi peso al cogerme por la cintura.

-Tú no me has dicho tu nombre.

La miré a los ojos y recordé aquella vez que me hipnotizaron en el jardín, una escena que parecía que ocurrió hace eones, pero que sólo tenía una semana máximo de antigüedad.

-Me llamo Gerard.

Tras aquel pequeño desliz de mi cuerpo, ambos volvimos a la cama y todavía recuerdo con horror su cara al mirarme a los ojos de nuevo, pues en aquel momento sólo había terror en su expresión, y no tardó en mencionar el porqué de su alteración:

-Tu ojo izquierdo… Es rojo.

No me lo creí, siempre había tenido los ojos verdes, los dos… Ella corrió a la cómoda que había al lado de la cama y volvió con un espejo de mano… Tenía razón, mi ojo izquierdo ahora era de un rojo encendido, la verdad es que era raro verme con un ojo de cada color. Busqué una explicación lógica pero no la encontraba, a menos que todo guardara relación con las voces que oí en mi inconsciencia, pero eso era imposible, una voz dentro de mi cabeza no podía tener repercusiones en mi vida, estaba seguro de que aquellas voces no eran más que un sueño, o eso creía…

-Debe de ser por el golpe, será que la sangre se ha desplazado o algo…

Ella pareció convencerse con mi explicación, aunque apenas tenía base, tuve suerte de que ninguno de los dos supiera de medicina. Ella cambió rápido de tema y de humor, ya que la siguiente frase estaba cargada con un tono más jovial y despreocupado.

-Yo me voy ya, tienes ropa en esa cómoda, ponte algo elegante, recuerda que tienes que impresionar a mi padre, alguien vendrá a avisarte para la cena.

-¿Se puede considerar esto una cita?

Ella pareció pensárselo en el marco de la puerta con una sonrisas plantada en la cara y con una apariencia que, aunque infantil y juguetona, también era madura y alegre.
-Llámalo cita si lo prefieres, porque motivos no te faltan para pensarlo…

Los dos nos reímos y al cabo de unos segundos ella se fue cerrando la puerta, por lo que decidí quedarme mirando al techo pensando en la noche, y si el transcurso sería o no tranquilo.


Desperté al oír golpes en la puerta, y gritos que pedían permiso para entrar. Una lástima, ya que fuera quien fuese me había estropeado un sueño de lo más conmovedor.

-Adelante.

Una sirvienta entró y me comunicó que “el señor” me estaba esperando en el comedor para cenar, por lo que no me demoré en vestirme. Aunque no estaba acostumbrado a vestir como la nobleza, me di cuenta de que esas camisas con extraños adornos y esos pantalones tan incómodos no me quedaban tan mal, aunque yo hubiera preferido vestir ropa más “normal”.

Al salir de la habitación me di cuenta de que no sólo mi estancia estaba llena de adornos, en aquella casa había de todo, desde trofeos de caza hasta impresionantes esculturas e incluso armaduras, la familia de Elennah debía de ser próspera, aunque todavía era para mí una incógnita el negocio que regentaba su padre.

Bajé al recibidor por una escalera con cierta curvatura y procedí a entrar en comedor. Había allí más gente de la que esperaba, Elennah no había mencionado a su madre, a sus hermanos, un chico y una chica pequeños, calculé que de unos 7 años ni a el hombre rubio de veintimuchos años que estaba sentado a la derecha de su padre.

-Buenas noches.

Su padre soltó una estruendosa carcajada en cuanto oyó mi saludo, fue como si se enorgulleciera de tenerme allí esa noche.

-Nuestro invitado por fin ha despertado… ¿Cómo te encuentras chaval?

Era un hombre de unos cuarenta años, algo rechoncho y medio calvo, una gran nariz en medio de su cara le daba una apariencia de buena persona, y el color rosado de sus mejillas unido al hecho de que ni siquiera soltó la copa al levantarse para abrazarme me demostró que también era un gran bebedor.

-Mucho mejor, por lo menos ahora puedo andar.

Casi todos se rieron de mi comentario, menos Elennah, que me miraba sonrojada y el hombre rubio, cuya expresión de repulsión no me gustaba un pelo.

-Siéntate… eh…

-Gerard, me llamo Gerard.

Una gran sonrisa volvió a aparecer en su cara.

-Gerard, hijo siéntate aquí, a mi lado.

“… Y al de Elennah” Me había situado a su izquierda y a la derecha de Elennah. Los sirvientes no tardaron en traer la comida y no tardé en comer y reír como uno más, aunque, como era de esperar, las preguntas no tardaron en llegar, lo que no me esperaba era que la primera de ellas fuera de aquel rubio, que según Marc, el padre de Elennah, se llamaba Direk.

Tuve que volver a contar la historia que inventé para Elennah, e incluso pareció conmoverles, ya que tuve que recurrir a mi familia, que no me trataba como si a ella perteneciese y a la “dura disciplina” de la academia, Marc me preguntó si sabía algún empleo, me vi obligado a decirle que todo lo que conllevara algún detalle militar, o cualquier cosa en la que pudiera ayudar sería de mi agrado y noté que mentalmente él pensaba alguna tarea para mí.

Algo raro ocurrió entonces, algo que me dejó en estado de shock, al alzar una copa de vino para brindar, las palabras de Marc me dejaron helado, acabaron con mi deseo de que aquella llegase a ser mi familia:

-Por Direk y Elennah, y porque su matrimonio traiga gran dicha a ambas familias.

La copa se me cayó de la mano y me tuve que agarrar a la mesa para no caerme. Direk me miraba con una sonrisa de prepotente autosuficiencia, y Elennah lo hacía con los ojos vidriosos y húmedos. Me vi obligado a atribuirlo al cansancio y al golpe, y Marc insistió en que comiera algo más para recuperar fuerzas, aunque no era comida lo que necesitaba en ese momento… ¿Prometida? Todos mis sueños se habían roto con aquel brindis, y el instinto que tanto odiaba volvía a llenar cada parte de mi ser… Debía matarlo, tenía que matar a Direk.

Cuando todo se hubo calmado y por fin pude subir a la cama tomé una decisión. Iba a irme de allí, si no podía cumplir mis deseos lo único que haría sería molestar en aquella casa, y mi corazón se rompería aún más. Bocabajo en aquella cama, sin ser capaz de llorar, sólo me quedaba una incógnita: ¿Por qué ella me besó esta tarde? ¿Es que no sentía aprecio por los demás? ¿Lo único que hacía era jugar con los hombres? Me entraron ganas de matarla a ella también, aunque al instante supe que sería incapaz. Por lo que opté por la solución más cobarde y quizá la más acertada viendo los acontecimientos: Simple y llanamente me iría de aquella casa.

Cuando terminé de empaquetar algunas ropas y estuve cómodo, me precipité sobre la puerta, y al salir vi a alguien en el pasillo acurrucado en el suelo contra la pared, no sabía quién era, pero las constantes convulsiones demostraban que estaba llorando. Entonces levantó la cabeza y pude ver de nuevo sus perfectos rasgos bajo la luz de la luna, aunque las lágrimas añadían un aspecto melancólico a su aspecto, seguía estando igual de bella, y no pude resistir la tentación de agacharme para abrazarla. Entre sollozos pudo contarme el porqué de su situación:

-Gerard… Iba… A llamar a… La puerta… Pero…

La mandé callar con un susurro y esperé que se tranquilizara.

-¿Puedo dormir esta noche contigo?

Esa pregunta me cogió por sorpresa, sin duda, no había hombre que fuera capaz de entender a las mujeres, aunque a lo mejor había una explicación razonable que justificara su doble comportamiento:

-Siempre y cuando me cuentes todo lo que pasa.

Ella asintió con la cabeza y la levanté con los brazos para entrar en la habitación y dejarla en mi cama, seguidamente me tumbé a ella. Tras un silencio contemplativo, mientras nos mirábamos a los ojos, ella, un poco presionada por mi insistencia no verbal, procedió a contarme lo sucedido.

-No quiero casarme con Direk, no me quiere y mi padre y él lo único que buscan es que la unión de nuestras familias sea bueno para los negocios de ambas… En cuanto te vi en el jardín no me cupo la menor duda… Te quiero, y quiero estar contigo, no con otra persona, créeme, por favor… Te quiero…

Se le rompió la voz y comenzó a llorar, ahora todo tenía explicación, todo lo que había sospechado eran sólo suposiciones, ahora que conocía la verdad me daba todo igual, su padre, Direk o cualquier otra persona, nada me iba a separar de Elennah… Nunca…

La persona a la que yo más amaba, Elennah, era la hija de Marc, un mercader que sólo buscaba enriquecerse más y más… Ahora en mi lista sólo había dos personas, pero estaba consiguiendo crearme una vida desde cero y no pensaba desperdiciar la oportunidad. En ese momento sólo pensaba en el presente, y en el hecho de que estaba durmiendo con Elennah, si pudo llamarse dormir… Ya que no paró de llorar en casi toda la noche, y yo sentía su pena en mi corazón, sentía su dolor, y aunque la colmé de besos, abrazos y caricias, aquello sólo sirvió para aliviar levemente su sufrimiento.

Aquella fue la primera noche que dormí con Elennah, y estuve allí en todo momento, abrazándola en aquella cama, dentro de una casa cuyo patriarca trataba con egoísmo a las personas a las que más quería. En aquel instante me hice una promesa, era imposible que estuviera abrazado en todo momento a Elennah, pero me prometí que nunca dejaría que le pasara nada, ya fuera Marc, Direk, o el mismísimo rey el que la dañase.

Al cabo de un gran rato se quedó dormida, deposité un beso sobre su frente y la abracé con más fuerza… Ahora Elennah era mi vida, y el Gerard asesino se disuadía con cada contacto de nuestros labios, ahora sólo había amor en mi vida…

1 comentario: