16 de mayo de 2009

Rosas

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Gerard
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Hay algunos que dicen que el ser humano es malo por naturaleza, otros, que es la misma sociedad la que nos corrompe. Hoy puedo asegurar que ninguna de estas dos afirmaciones se acercan siquiera a la verdad, pues, según mi opinión y mi filosofía, no existen ni mal ni bien, sino que las acciones reciben una calificación según qué persona la esté examinando, y que a juicio popular cualquier acción puede ser calificada como buena y mala, es decir, cualquier acto realizado por una persona es neutro, pero las repercusiones del dicho acto llevado a cabo pueden ser negativas o de provecho para aquel que ha perpetrado los hechos. Resumiendo, si haces algo que consideras bueno, obtendrás resultados positivos... ¿Y qué persona iba a actuar en contra de sus ideales e intereses?

No hacía más que pensar en el bien y el mal según iba avanzando por la senda que me llevaría de vuelta a casa. Tenía 16 años por aquel entonces, y ya cabalgaba solo desde hacía unos meses, también había perdido la cuenta de aquellos a los que había matado... Yo lo sabía, había nacido para matar y luchar y nada podía cambiar ese hecho, mi naturaleza era violenta, como la de todo ser humano, pero mis actos eran neutros, y era yo el que controlaba mi vida, no me obsesionaba subir a la cúspide estamental, ni tenía ansias de poder, pero una cosa sí que quería: Matar.

Había nacido en una ciudadela, de la cual hice lo posible por olvidar el nombre, y me hice escudero, tal como mis progenitores habían deseado. Era un niño delgado, con el pelo castaño muy claro y los ojos verdes, pero mi rostro no transmitía buenas sensaciones, ya de pequeño algunos niños me evitaban y los padres me miraban y señalaban, una vez oí decir a uno que "podría matar con esos penetrantes ojos verdes", cosa por la que mis compañeros que soñaban con ser Lord algún día me temían, aunque no lo dijeran. Pero las noticias de mis progresos en las muchas actividades que mi vocación conllevaba vinieron acompañadas de bastante quejas, por peleas, trifulcas, y en general actos calificados de "negativos" por los que fui castigado en más de una ocasión (prueba de ello dan las cicatrices que conservo en la espalda). Pero un día dije basta, y mi mal genio en un combate de esgrima aparentemente pacífico hizo aparición, mutilando a un compañero y trayendo como consecuencia un castigo mayor, él se lo había buscado, había estado cuestionando mis posibilidades y eso era algo que no estaba dispuesto a tolerar, ya por entonces conocía que uno de mis mayores defectos era el orgullo, y por ese orgullo fue por el que me encerraron en el calabozo, tiempo que por supuesto no perdí, y que aproveché para armar un plan de huída de aquel maldito sitio, no se me había perdido nada allí, podía renunciar a todo lo que allí conservaba, menos a mi nombre, que algún día temerían los más poderosos: Gerard Don.

A la noche siguiente de mi puesta en libertad no me demoré, corrí al arsenal, a armarme de los pies a la cabeza, luego a las cuadras, y por último, tomé prestado algo de incentivo económico de las arcas comunes del palacio del conde. Aunque claro está, mi huída no pasó desapercibida, uno de los guardias que custodiaban los muros de la ciudadela salió cabalgando detrás de mí craso error, pues no tardé en tirarle unas cadenas a las piernas de su montura y a que él saliera disparado hacia delante. Aún dolorido en el suelo, me acerqué al paso y, por primera vez, maté a una persona, y me gustó, razón por la que al principio me asusté.
Ahora me ganaba la vida como sicario, iba de ciudad en ciudad, de taberna en taberna buscando cualquier persona interesada en acabar con su enemigo, o simplemente en asustarlo, yo me limitaba a obedecer órdenes, pero haciendo lo que más me gustaba, y trabajando a mi manera. Regresaba de un ciudad que yo habría situado bastante al este, por las facciones de los habitantes, iba cabalgando por una oscura ruta, mientras se iba haciendo de noche, iba encapuchado, para que cualquiera que anduviera por allí no osara husmear, y montaba al paso, no tenía ninguna prisa por llegar a mi destino, porque no tenía destino.

Uno de mis objetivos ya se estaba cumpliendo, en las tabernas, mientras yo descansaba en un oscuro rincón, oía a algunos parroquianos hablar de un "demonio de ojos verdes" o del "cazador del este". Yo ni siquiera procedía del este, pero al haber cometido allí mis más notables fechorías, era conocido como procedente de esa zona, pero eso no era lo importante, lo importante es que ya se hablaba de mi y de mis "logros".

Entonces, al escuchar claramente un galope tras de mi, giré la cabeza a tiempo para ver como una partida de caza de "su majestad" venía para echarse encima mía, por lo que, sin más dilación, espoleé fuerte mi caballo. Corría a tanta velocidad por aquel lúgubre retazo de bosque, tan húmedo y verde, que apenas tenía tiempo de elegir la dirección de mi caballo, que instintivamente iba abriéndose camino por entre la maleza, incluso saltando por encima de altos setos. Aquel alazán me había acompañado desde mis primeras clases de equitación, poseía la agilidad y el estilo que buscan en su montura y sus habilidades ya me habían librado hace una semana de las persecuciones de la justicia, que era más bien poco justa en la situación política en la que nos encontrábamos.

Me llevé toda la noche y parte de la mañana del día siguiente siendo perseguido por aquellos implacables soldados, durante esta gran brecha de tiempo pude darme cuenta que llevaban dos colores en los ropajes, símbolo de que pertenecían al actual rey, ese descarado hijo de perra que gobernaba con mano de hierro todo su vasto territorio y que acabaría por llevar a la quiebra a nuestra frágil vida. Seguía cabalgando cuando me di cuenta de que ellos no iban a parar, y que si seguía como hasta ahora terminarían cogiéndome, por lo que pensé que lo mejor sería aprovechar la primera aldea o el primer pueblucho que asomara por el horizonte, pero lo primero que vi mientras el sol matinal me daba en la espalda fue un conjunto de casas, seguramente de algunos nobles de la aristocracia local, los cuales su máxima aspiración era llegar a conde, un puesto bastante peligroso, ya que nuestro rey se encargada de quitar de en medio a aquellos con los que chocaban sus ideales, por lo que pocos condes si no ninguno quedaban ya que compartieran sus intereses con los del pueblo llano. Aquellas casas eran lujosas aunque ni comparación tenían con el palacete de algún duque, barón o conde, simplemente eran casas de piedra de familias acomodadas y acaudaladas, algunas que seguro pertenecían a mercaderes, y que seguramente se hallaban lejos de un núcleo urbano para relajarse, para disfrutar de unas jornadas sabáticas lejos del bullicio donde residía la actividad económica. Pero mi caballo no tardó en caer exhausto tras una noche cabalgando al galope, perseguido por caballos de guerra, mi alazán había resistido demasiado, por lo que a unos cien metros del complejo de casas, se precipitó al suelo. Yo no tardé en levantarme y salir corriendo hacia allá, puesto que me encontraba en una llanura y ellos no tardarían en darme caza, al darme cuenta de que no tardarían en alcanzarme, en la primera casa que tenía, que se situaba a mi izquierda, salté la valla para hacer lo posible por escapar, y allí estaba ella.

Nunca olvidaré esos ojos que me miraron enmarcados por su castaño pelo, apenas pude ver su sonrisa, pues su gesto cambió repentinamente al verme allanar su jardín, pero en el poco tiempo que pude apreciarla me di cuenta de que en esos labios residía tanta belleza que cualquier artista vendería su alma al diablo por poder sólo plasmarla. Dentro de sus ojos, a los que ya he hecho referencia, podría haberme llevado mirando mi vida entera, ya que no conseguía averiguar el color exacto de esos ojos, y seguro estaba de que mi rostro no torcería la expresión de sorpresa y admiración con la que, anonadado, observaba su silueta recortarse contra un jardín de rosas rojas. Silueta, de la que cabe decir, que no era capaz de encontrar un solo defecto, pues en ella residía la perfección en todo su esplendor: No era de busto notablemente generosos, pero sus pechos concordaban con su silueta y hacían de su cuerpo una obra de arte de la naturaleza; Sus caderas ofrecían curvas que podrían haberme descoyuntado de haberlas seguido con la mirada, y sus piernas parecían un presente de las hadas, pues claro estaba, por la ausencia de alas, que aquella belleza era de mi misma raza. Tenía una larga melena morena que caía cual cascada por su espalda, de un color que sólo podría haber visto en mis mejores visiones de la mujer perfecta, y apenas me habría dado cuenta, de no haber sido observador, de que el precioso vestido blanco que tanto acentuaba la belleza que le aportaba su aceitunado tono de piel, tenía una escote trasero que casi le dejaba al descubierto toda la espalda, y que haría babear a cualquier hombre.

Me había olvidado de cualquier intento de escapada, aquel símbolo de perfección había captado toda mi atención y no podría haber quitado los ojos de encima de haber querido, pero al cabo de lo que a mi me pareció un instante de admiración, sentí un golpe muy fuerte en la cabeza, caí al suelo y me di cuenta de que en realidad había pasado bastante tiempo parado en aquel jardín, en frente de esa "morena" que se encontraba entre rosas rojas. Ya en el suelo y, con la vista borrosa antes de perder el conocimiento, pude llegar a palparme la cabeza y comprobar que estaba sangrando al, con mi último esfuerzo y mi último retazo de visión, me llevé los dedos delante de los ojos, para por fin caer rendido en un mundo imaginario en el que ahora era aquella nueva persona el objeto de todo mi deseo.

1 comentario:

  1. Woh!!!
    que maravilla de capitulo victor, me ha encantado la caractetizacion del personaje y su entorno....me arrodillo ante el talento de tu pluma....o en este caso teclado

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